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Viernes, 3 de mayo

Mitología: El rapto de Perséfone ( El mito de la primavera)




Perséfone  ( Proserpina para los romanos) era la hermosa hija del dios Zeus y la diosa Deméter. Era una hermosa joven de cabellos dorados y grandes ojos verdes, que vivía con su madre en el monte Olimpo. De vez en cuando Perséfone bajaba a los prados y recogía flores con sus amigas las ninfas.
Un día estaba la joven recogiendo flores tranquilamente, cuando Hades, dios que reinaba en los infiernos, enamorado de ella, abrió una enorme grieta en la tierra y emergió justo donde la joven iba a recoger un lirio, llevándosela consigo. Hades la secuestró en un carruaje negro, sin dejar ningún rastro.
Deméter, desesperada, comenzó a buscarla y disfrazada de anciana recorrió Grecia en busca de alguna pista sobre el paradero de su hija. Averiguó que había sido Hades y decidió vengarse. Como ella era la diosa de la agricultura, recorrió de nuevo Grecia, esta vez dando paso a su venganza. Prohibió a los arboles dar frutos, a los pastos crecer y a las semillas germinar. El ganado no tenía con qué alimentarse y comenzó a morir. Si la situación continuaba los hombres también morirían de hambre.
Zeus suplicó a Hades que liberara a su hija pero, quien probaba algún alimento del infierno quedaba obligado a permanecer allí para siempre. Perséfone había comido granadas del huerto. Hades subió a la joven en su carruaje y la llevó junto a su madre. Ambas se abrazaron felices, y entonces Hades le dijo a Deméter que su hija había comido seis granadas por lo que debía regresar al infierno con él.
Gracias a la intervención de Zeus, Deméter aceptó que su hija se casara con Hades. Perséfone debía pasar siete meses del año con su marido en el infierno, un mes por cada granada y los otros cinco meses los pasaría junto a Deméter su madre.
Por esta razón la tierra florece en primavera y en verano cuando Deméter disfruta de la compañía de su hija y se queda triste y seca en otoño e invierno cuando Perséfone está junto a Hades.


Jueves, 2 de mayo

Mitología: La caja de Pandora




            Cuando Prometeo osó robar el fuego que portaba el dios Sol en su carro, Zeus entró en estado de cólera y ordenó a los distintos dioses crear una mujer capaz de seducir a cualquier hombre. Hefesto la fabricó con arcilla y le proporcionó formas sugerentes, Atenea la vistió elegante y Hermes le concedió facilidad para seducir y manipular. Entonces Zeus la dotó de vida y la envió a casa de Prometeo. Allí vivía el benefactor de los mortales junto a su hermano Epimeteo que, a pesar de estar advertido de que Zeus podría utilizar cualquier estrategia para vengarse, aceptó la llegada de Pandora y, enamorándose perdidamente de sus encantos, la tomó por esposa.
           Pero Pandora traía algo consigo: una caja que contenía todos los males capaces de contaminar el mundo de desgracias y también todos los bienes. Uno de los bienes era la Esperanza, consuelo del que sufre, que también permanecía encerrada en aquella caja. Y es que, por aquel entonces, cuentan que la vida humana no conocía enfermedades, locuras, vicios o pobreza, aunque tampoco nobles sentimientos.
          Pandora, víctima de su curiosidad, abrió un aciago día la caja y todos los males se escaparon por el mundo, asaltando a su antojo a los desdichados mortales. Cuentan que los bienes subieron al mismo Olimpo y allí quedaron junto a los dioses. Asustada, la muchacha cerró la caja de golpe quedando dentro la Esperanza, tan necesaria para superar precisamente los males que acosan al hombre.

          Apresuradamente corrió Pandora hacia los hombres a consolarlos, hablándoles de la Esperanza, a la que siempre podrían acudir pues estaba a buen recaudo.

Martes, 30 de abril

Mitología: El Rey Midas

 

    Midas era un rey muy rico y poderoso que gobernaba Macedonia. Eran muchas sus riquezas y enorme su fortuna. Disfrutaba de la buena vida, le encantaba la música, las fiestas y pasarlo bien. Tenía todo lo que un hombre podía desear: vivía en un hermoso castillo, alrededor del cual mandó plantar un hermoso jardín de rosas, poseía innumerables lujos...
    Midas pensaba que su mayor felicidad venía de todo su oro. Cada mañana lo primero que hacía era contar sus monedas de oro y lanzarlas hacia arriba para que le cayeran encima, como una lluvia de monedas de oro. Algunas veces se cubría de objetos de oro como bañándose en ellos.
     Dionisio, el dios de la celebración, pasó por Macedonia en su camino a la India. Sileno, uno de sus compañeros, se extravió por el camino. Cansado de tanto festejo encontró un hermoso jardín de rosas y allí decidió descansar. Era el jardín de rosas del rey Midas . Allí lo encontró este  y le invitó a pasar unos días en su palacio. Sileno era una compañía entretenida que contaba interesantes anécdotas de su viaje con Dionisio. Así, el rey Midas disfrutó de una agradable compañía. Después de varios días y sin castigarle por aplastar sus rosas lo llevó sano y salvo con Dionisio.
        Dionisio estaba muy agradecido y le dijo al rey:  
–En agradecimiento por cuidar de Sileno y no castigarle, te
regalaré lo que quieras. Pídeme lo que desees y te lo concederé.
       Midas respondió: 
–Deseo que todo lo que toque se convierta en oro. 
     Dionisio, algo preocupado, trató de advertirle:
 –¿Seguro que es eso lo que deseas? 
       Midas afirmó alegando que solo el oro le hacía feliz. Así fue cómo Dionisio concedió su deseo . Midas se despertó rápidamente para comprobar el deseo concedido por Dionisio. Tocó la mesita y la transformó en oro, tocó una silla, la alfombra, las puertas y hasta la bañera. Estaba como loco tocando objetos y transformándolos en oro. Al principio se divirtió muchísimo convirtiendo en oro rosas, pájaros y todo lo que veía. Se sentó a desayunar y quiso oler la fragancia de una rosa, pero al tocarla se convirtió en oro y no desprendía ningún aroma. Intentó comer una uva, pero al tocarla se transformó en oro, y lo mismo ocurrió con el pan, el vino y el agua. Empezó a darse cuenta de las advertencias de Dionisio cuando intentó acariciar a su gatita y se transformó en oro. El rey Midas comenzó a lamentarse, pero pensó que era una maldición y no un regalo cuando al escuchar los sollozos de su hija Zoe e intentar consolarla, su hija quedó transformada en una estatua de oro tras haber tocado a su padre.
      El rey Midas, desesperado y llorando, le pidió ayuda a Dionisio: 
–No quiero el oro. Ya tenía todo lo que quería, pero no me había dado cuenta. Quiero abrazar a mi hija, escuchar su risa. Quiero oler las rosas y comer. Por favor quítame esta maldición. 
         El dios Dionisio le respondió:
 –Puedes deshacer la maldición y devolver la vida a las estatuas, pero te costará todo el oro de tu reino. Busca la fuente del río Pactulo y lávate las manos allí.




Viernes 26: Poemas del alma


Ahora cuando escribo sin certeza
mi bionotabibliográfica
a petición de alguien que desea excluirme
de favor y por nada
en consabida antología
de la sempiternamente joven senescente
poesía española de posguerra
(de qué guerra me habla esta mañana,
delicado Giocondo, entre tenues olvidos,
de la guerra de quién con quién
y cuándo)
cuando escribo
mi bioesquelonotabibliográfica
compruebo minucioso la fecha de mi muerte
y escasa es, digo con gentil tristeza,
la ya marchita gloria del difunto.