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Tal día como hoy


Pedro Salinas, poeta. Autenticidad, belleza e ingenio.


El escritor y poeta del amor, Pedro Salinas, de la generación del 27, nació en Madrid el 27 de noviembre de 1891.

Escritor y poeta, miembro de la generación del 27, licenciado en derecho y también en filosfía y letras, lector de español en la universidad de París y en Cambridge, también en Estados Unidos… y por encima de todo, poeta del amor.


Nació en la madrileña calle Toledo y se quedó huérfano de padre con solo seis años; creció en Madrid y ahí comenzó estudios de derecho que abandonaría en beneficio de la carrera de filosofía y letras; publicó sus primeras poesías mientras estudiaba y en 1914 consiguió una plaza de lector de español en La Sorbona, la universidad de París; se casaría sólo un año más tarde. En aquel tiempo de matrimonio en París, Salinas leyó a Proust para, años más tarde, traducirlo al español.


Después de tres años en París, obtuvo una plaza de Catedrático en la universidad de Sevilla lo que lo llevaría a vivir en esta ciudad hasta 1929; antes, en 1922 y 1923, solicitó una excedencia para aceptar una plaza como lector de español en Cambridge. Ya en 1929 cambia su cátedra en Sevilla por una en Murcia aunque no ejerció como profesor en esta universidad, por aquel tiempo colaboraba ya con la Institución de Libre Enseñanza y había publicado ya su poemario ‘Presagios’.

A principio de la década de los años 30 estuvo implicado en la creación de la Universidad Internacional de verano de Santander, se enamoró entonces de una profesora americana que colaboraba también en el proyecto, Katherine R. Whitmore; tal vez fuera el amor de su vida pero la relación se fue enfriando con el tiempo, especialmente cuando Katherine decidió ponerle fin tras el intento de suicidio de la esposa de Salinas al tener ella noticias de la infidelidad. Las cartas que él le escribió, más de 300, se publicaron 20 años después de la muerte de ella.

Cuando estalló la guerra civil Salinas estaba en Santander y huyó a Francia, de ahí se fue a Estados Unidos, país destino de su exilio, y allí vivió sus últimos años; trabajó entonces como profesor en en el Wellesley College primero y más tarde en la Universidad Johns Hopkins, también en Puerto Rico.

Pedro Salinas se despidió del mundo siendo todavía un exiliado, murió en Boston en 1951 y fue enterrado en San Juan de Puerto Rico.

Berta Rivera


“Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.”
Pedro Salinas

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Taller de microrrelatos del IES Abyla





 

Y sucedió lo inesperado


Y SUCEDIÓ LO INESPERADO

Después de que centenares de lágrimas le laceraran las mejillas, tomó un objeto de debajo de su cama. Lentamente acercó la pequeña pistola calibre 22 a su sien. Se situó frente a la ventana que daba a la calle Los poetas muertos. El pianista al que un dictador fascista (de apellido italiano) le mandó a cortar las manos vendía globos en el parque de Los Truenos, donde, un viejo y desdentado perro callejero luchaba por devorar un hueso putrefacto. Se detuvo un instante y pensó: Ellos aún le buscan un sentido a la vida, se aferran a ella y yo solo por el engaño de mi novia quiero suicidarm…

Accidentalmente, la pistola se disparó y el poeta cayó al piso, mientras se le dibujaba una sincera sonrisa en su ensangrentado rostro.   

                                                                            Rafael Midence Ávila

Amor 77


Amor 77
 




Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman,

se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.



                                                                        Julio Cortázar

Cubo y pala


Cubo y pala, de Carmela Greciet

Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.

Llovió todo abril y todo mayo.


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El loco


                                                                   EL LOCO

Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.

Jordi Cebrián

El final


El final

Fredric Brown



El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

-Y he encontrado la ecuación clave -dijo un buen día a su hija-. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:

-Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto -dijo, hablaba mientras botón un apretando.

-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un es tiempo el.

–Hija su a día buen un dijo-. Clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.

Final el



El dedo


EL DEDO



Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

                                                                                              Feng Meng-lung

Herencia


                                                HERENCIA



Antes de ponerse el pendiente frotó el metal que rodeaba el zafiro con un bastoncito impregnado en líquido para limpiar plata. Cientos de estratos de tiempo levantaron el vuelo dejando la superficie luminosa y desnuda. Se acercó, curiosa, y la joya le devolvió el rostro adolescente de su abuela probándose el pendiente ante un espejo.

                                                                       Paz Monserrat Revillo

La soledad


La soledad




Dispuesto a convertirse en el primer orador de la ciudad, se encerró en su casa y a solas, durante muchos años, practicó el arte de la oratoria. Pulía cada frase, cada inflexión de la voz, cada silencio. Ensayaba ademanes, gestos, pasos. Era capaz de repetir una y mil veces un vocablo hasta que el sonido alcanzase la perfección. Y entretanto se negó a recibir a nadie, a conversar con nadie. Temía que los demás le corrompiesen el estilo, le contagiasen sus trivialidades, sus torpezas de dicción, esas rústicas modulaciones con que habla el pueblo. Cuando, finalmente, decidió que no le quedaba nada por aprender, salió de su casa, se encaminó al ágora y en presencia de la multitud pronunció su primer discurso. Nadie entendió una palabra. “¿Qué idioma es ese?”, preguntaban los curiosos. Algunos se rieron, otros le arrojaron piedras, la mayoría se fue a presenciar las exhibiciones de los cómicos.



                                                                              Marco Denevi

Mitología de un hecho constante  


Mitología de un hecho constante



A la madre la habían confiado los dioses el secreto: “Mientras alimentes la llama de esa hoguera, tu hijo vivirá”. Y la madre, infatigable, sostenía el fuego, vigilándolo, sin permitir que disminuyese en intensidad ni altura.

Así pasaron los años. La madre, arrodillada ante el lar, veía cómo las ascuas alargaban sus alegres brazos escarlata, garantía de la vitalidad de su hijo. Sin dormirse, hora tras hora, agregaba al montón caliente nuevos troncos, en vela de su hermosa calentura.

Un día, por la puerta abierta que daba a los campos, entró una joven blanca, sonriente y hermosa, de paso seguro y ojos que miraban con gozo y fe al porvenir. Sin hablarle, ayudó a levantarse a la madre, sorprendida, le hizo un ademán de adiós, y se arrodilló ante el lar, a nutrir ella, la crepitante llamarada.

La madre no preguntó. Súbitamente comprendía que era su relevo, que estaba obligada a ceder el turno a la desconocida, a la que se encargaba desde entonces de sostener el alimento de la incesante llama para que viviera su hijo.

Y, también en silencio, se salió de la casa y no se fue lejos; sólo donde podía prudentemente contemplar el humo delicado disolviéndose en el delicado azul.



                                                                       Tomás Borrás

La segundona

LA SEGUNDONA
Siempre le sucedía lo mismo. Por más que intentaba anticiparse al movimiento de su rival, esta siempre era la primera en hacerlo, provocando, tal y como quedaba perfectamente reflejado en el reglamento, que tuviera que hacer los mismos gestos y aspavientos que la ganadora. Ella soñaba con que algún día vencería. Pobre ilusa, viviendo a ese lado del espejo, la medalla de plata era todo lo que podía conseguir.
MANUEL REBOLLAR BARRO


La mosca

LA MOSCA
La mosca vuela en alegre zigzag cuando se topa con un cristal que, a pesar de sus ojos compuestos, no ha visto. Durante una décima de segundo se queda un poco traspuesta -no es para menos-, ya que el golpe ha sido descomunal. Inmediatamente se recupera y vuelve a volar en ya no tan alegre zigzag hacia el cristal que, a pesar de sus ojos compuestos y de su experiencia previa, no ha visto ni recordado. Durante otra décima de segundo vuelve a quedarse paralizada en el aire -no es para menos-, el golpe ha vuelto a ser descomunal. Una vez más, se recupera y vuelve a volver a volar en desafortunado zigzag en la misma dirección que las dos veces anteriores de modo irremediable hacia el cristal…
El tesón de estos insectos por parecerse al hombre es encomiable.
MANUEL REBOLLAR BARRO

El discípulo


EL DISCÍPULO



            Cuando murió Narciso, el remanso de su placer se trocó de una copa de aguas dulces en una copa de lágrimas saladas, y llegaron llorando a través de los bosques las ninfas de las montañas, las oréades, para consolar al remanso con su canto.

            Y cuando vieron que el remanso se había trocado de una copa de aguas dulces en una copa de lágrimas saladas, soltaron las verdes trenzas de sus cabellos y gritando al remanso le dijeron:

            -No nos sorprende que hagas un duelo tal por Narciso, tan hermoso como era.

            -¿Era hermoso Narciso? -dijo el remanso.

            -¿Quién había de saberlo mejor que tú? -respondieron las ninfas-. A nosotras siempre nos desdeñaba, pero a ti te cortejaba, y solía recostarse en tus orillas e inclinarse a mirarte, y en el espejo de tus aguas reflejaba gustoso su belleza.

            Y el remanso respondió:

            -Pero yo amaba a Narciso porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme, en el espejo de sus ojos veía mi propia belleza reflejada.



                                                                                                                                             Oscar Wilde  

La clepsidra


                                                               LA CLEPSIDRA.

Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.

                                                                                                                             JAVIER PUCHE.

Un sueño


UN SUEÑO



            En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular...El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

                                                                                              Jorge Luis Borges

Tranvía


TRANVÍA



Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. “Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos”, pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.

Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.

Dudó. Ella bajó.

Se sintió divorciado: “¿Y los niños, con quién van a quedarse?”

ANDREA BOCCONI.

Carta del enamorado

                                                        CARTA DEL ENAMORADO

Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.

                                                                                     Juan José Millás

La obra maestra


LA OBRA MAESTRA

El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:



-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.



Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.

                                              

Álvaro Yunque

Fábula de un animal invisible


FÁBULA DE UN ANIMAL INVISIBLE



El hecho -particular y sin importancia- de que no lo veas, no significa que no exista, o que no esté así aquí, acechándote desde algún lugar de la página en blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera.

                                                                                     Wilfredo Machado


La oveja negra

                                                                  LA OVEJA NEGRA

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

                                                                                          Augusto Monterroso

El dedo


El dedo

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

 Feng Meng-Lung

Compañía


Compañía

¿Por qué le gusta tanto leer a Aurora? A veces se lo preguntan. A veces se lo pregunta. Es una apasionada lectora. No llama la atención a su familia, o a sus compañeras de trabajo por el tiempo que le dedica (tiene que buscar ratitos perdidos, horas robadas), ni por el número de libros al mes, que casi nunca pasa de uno.

No, es la pasión. Tiene que ver con la intensidad, con ese secreto que oculta. Acaba el libro, lo cierra, y mantiene la mirada fija en el suelo, pero en realidad, no ve las pequeñas juntas de las baldosas, ni la esquina con el tiesto y la araucaria. Apenas se atreve a tocar de nuevo la portada. Hay alguien que ha sido capaz de escribir esto, piensa; alguien en el mundo comparte lo que yo siento, alguien ha puesto palabras a esas emociones que antes creía que sólo yo sentiría. Esto es un milagro–dice, y siente deseos de iniciar de nuevo la lectura de la novela, desde la página cero, pero no se atreve. No sabe si quiere, en realidad, hay otros libros que la esperan y quiere saltar a ellos-. Alguien, en el otro lado del mundo, en otro idioma, ha sido capaz de comprender lo que yo siento. Esto es un milagro. No estoy sola, no soy rara. Hay alguien, un desconocido, que me comprende.

Espido Freire