La huella de Mujercitas 150 años depués

La huella de Mujercitas y Louisa May Alcott en 150 vueltas al sol

Mayo/1868 — ‘Mr. N quiere una historia de chicas, por lo que he comenzado Mujercitas. Marmee, Anna y May, todas aprueban el plan; aunque no disfruto de este tipo de cosas. Nunca me gustaron las mujeres o nunca conocí a demasiadas excepto por mis hermanas, pero nuestras extrañas obras y experiencias pueden resultar interesantes, aunque lo dudo’.  —Louisa May Alcott.





El año es 1868 y en Estados Unidos la Guerra de Secesión, la esclavitud y el asesinato de Abraham Lincoln siguen fracturando en la distancia. Todavía faltan unos cincuenta años para que el derecho al voto de las mujeres sea reconocido, los corsés van por debajo de los vestidos y el matrimonio es el pilar de clase y género para avanzar en una sociedad en donde el sostén de la familia generalmente usa bigotes y chaleco con pajarita. Aunque es el fin de una guerra también es el comienzo de eternos conflictos y resoluciones que se debaten para consolidar lo ya establecido.



Es también el año en el que Louisa May Alcott escribe y publica la historia de cuatro hermanas adolescentes que crecen en medio de la guerra civil con una figura paterna ausente y miles de estereotipos hacia los cuales se dirigen inevitablemente. Meg, Jo, Beth y Amy son los cuatro nombres que desde las primeras páginas de esa novela llamada Mujercitas cuestionan detalles ‘inocentes’ como los vestidos de ‘señora’ o la incorrección que suponía para entonces llevar o no el cabello suelto:


 
“Si recoger mi pelo me hace una señorita, lo usaré en dos coletas hasta que tenga veinte años. ¡Odio pensar que tengo que crecer y ser Miss March, usar vestidos largos y lucir tan limpia como China Aster! Ya es suficientemente malo ser una chica cuando me gustan los juegos y maneras de chicos. No puedo superar mi decepción por no ser un chico.” 



La anterior es una de las primeras líneas que se abren paso en la novela para revelar la personalidad de Jo, la segunda hermana mayor de las March y uno de los personajes más emblemáticos de la novela; una adolescente que aspira convertirse en escritora y sostener a su familia con su pluma, y que se convertiría en el pilar de decenas de historias, amistades, hermandades y lazos familiares evocados posteriormente en la literatura. Y es que desde Simone de Beauvoir, quien solía jugar con sus hermanas a representar los personajes de la novela, pasando por Susan Sontag quien ha admitido que sin el ejemplo de Jo March nunca se hubiera convertido en una escritora y Ursula K. Le Guin, quien afirma que Jo hizo de la escritura ese ‘algo’ posible para una mujer, Mujercitas ha marcado a más de una generación de autoras que precisamente lograron lo que Alcott en la vida real y Jo en la novela: independizarse y sobrevivir como escritoras. Ser esa esfera individual con cuarto propio para crear y erigir nuevos esquemas. (...)




Alcott permanece en posición clave, como brújula para el desarrollo de muchas de las voces féminas revolucionarias de la actualidad. Estas reconocen las secuelas del libro como un detonante de conversaciones necesarias sobre la rebelión de la mujer como protagonista autosuficiente.


Las lecciones y paralelismos de mujercitas con la vida real no son divisibles en blancos y negros, después de todo es difícil que una novela del siglo XIX no incurra en relaciones dependientes, convenciones de época, y la imagen de la mujer como esposa y cuadro de una perfecta pantomima familiar. La misma Alcott escribe en Mujercitas en la voz de la madre de las March, Marmee March, que ser amada por un buen hombre es lo mejor que le puede pasar a una mujer. No obstante, también crea la historia de una niña que no quiere serlo, y valida en una versión temprana la idea de que una mujer es igual de ambiciosa, creativa e independiente que cualquier hombre de la época. 


Por el aniversario número 150 de la publicación de Mujercitas, Anne Boyd Rioux publica Meg, Jo, Beth, Amy: La historia de Mujercitas y porqué todavía importa, en donde señala como la historia es notable por su tratamiento del género como algo no inherente, sino aprendido. Mujercitas escribe Rioux, “más que quizás cualquier otra novela escrita antes de la segunda ola del feminismo, trata fundamentalmente de cómo las niñas aprenden a convertirse en mujeres o realizar el género tal como se construyó en la segunda mitad del siglo XIX”.

Por otro lado el estereotipo de heroína literaria, ese que anhela leer y escribe constantemente es también fruto de la narrativa de Alcott, quien no solo escribe sobre  la familia y la juventud, sobre la madurez y el desarrollo en la adolescencia, sino que recuerda los estereotipos que marcaron a la mujer en la guerra, las limitaciones de la educación en cuanto a género y la facilidad con la cual se pueden romper los moldes dentro de una rutina familiar. 

A 150 años de su publicación es relevante recordar cómo Louisa May Alcott amplió el número de opciones para la limitada premisa basada en el perfil de la mujer como esposa. Con Mujercitas se reconoce una elección temprana de las miles que estarían por venir: la de la mujer escritora y autosuficiente. 

Romhy Cubas

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