Marie Colvin, la corresponsal de los invisibles
Marie Colvin dijo en una ocasión que «la valentía es no tener miedo de tener miedo». Tenía suficiente experiencia en lo que a esa emoción se refiere como para pronunciar esas palabras sin que sonaran contradictorias o ridículas. Después de todo, llegó a ser quien fue cubriendo para el 'Sunday Times' conflictos como los de Afganistán, Libia y Siria, y esquivando la muerte en lugares como Líbano, Kosovo y Chechenia. Lo hizo desde 1985 hasta su muerte en Siria en el 2012, a los 55 años.
Combatir las guerras siempre se ha considerado como una actividad eminentemente masculina, y lo mismo puede decirse de escribir sobre ellas. Sin embargo, sobre todo en el apogeo de las revueltas derivadas de la Primavera Árabe, quedó claro que las mujeres corresponsales corren un peligro añadido por el hecho de serlo, pero también pueden lograr acceso a entornos exclusivamente femeninos, y, en general, dan más importancia a las personas que a las explosiones. Y, en algún caso, los entrevistados masculinos se abren más fácilmente a ellas.
Colvin, sin ir más lejos, fue quien primero entrevistó a Muamar Gadafi después de que Estados Unidos bombardeara su casa y matara a su hija. Pero su pasión era escribir sobre las vidas de la gente corriente atrapada en las zonas bélicas, a la que ella solía llamar «humanidad in extremis»; gente como los niños y mujeres que murieron a manos de los soldados sirios en un sótano de Baba Amr, un distrito de la ciudad de Homs, y a quienes dedicó el que resultó ser su último y fatídico artículo.
Lo que principalmente convirtió a Colvin en asunto de leyenda entre sus colegas fue su dedicación. A menudo era el único periodista –o casi el único–, hombre o mujer, en entrar en zona caliente y el último en salir, incluso si eso significaba caminar durante cuatro días a temperaturas bajo cero para cruzar la frontera de Chechenia, ayudar a salvar a más de un millar de mujeres y niños refugiados presionando para lograr su evacuación de Timor Oriental o perder un ojo a causa de una granada, como le sucedió en Sri Lanka en el 2001 –de ahí, el parche negro que lució buena parte de su vida, y que según ella misma la hacía parecer una pirata–.
Con el tiempo, quedó en evidencia que Colvin había sido víctima de represalias por su cobertura de la guerra de Siria. El pasado 31 de enero, un juez estadounidense dictaminó que los funcionarios de más alto nivel del Gobierno sirio habían planeado y ejecutado cuidadosamente el ataque con el propósito específico de matar a periodistas, y condenó al régimen de Bashar al Asad a pagar 302,5 millones de dólares a la familia de Colvin en concepto de daños y perjuicios.
Fuente: El Periódico
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