Miércoles 15 de mayo

Mito de Píramo y Tisbe

Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios que habitaban en viviendas vecinas y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban con miradas y signos hasta descubrir una estrecha grieta en el muro que separaba las casas en la que sólo la voz atravesaba tan estrecha vía y los tiernos mensajes pasaban de un lado a otro por la hendidura.


 Así pudieron hablarse, enamorarse y desearse cada vez más intensamente, hasta que un día  acordaron que a la noche siguiente, cuando todo quedara en silencio, huirían sin que los vieran y se encontrarían junto al monumento de Nino, al amparo de un moral blanco que allí había al lado de una fuente.
 Tisbe llegó primero, pero una leona que regresó de una cacería a beber de la fuente la atemorizó y huyó al verla, buscando refugio en el hueco de una roca. En su huida, dejó caer el velo. La leona jugueteó con el velo, manchándolo de sangre. Al llegar, Píramo descubrió las huellas y el velo manchado de sangre, y creyó que la leona había matado a Tisbe, su amada. Sacó su puñal y se lo clavó en el pecho. Su sangre tiñó de púrpura los frutos del árbol. Tisbe, con miedo, salió cuidadosamente de su escondite. Cuando llegó al lugar vio que las moras habían cambiado de color y dudó de si era o no el sitio convenido. En cuanto vio a Píramo, su amado, con el puñal en el pecho y todo cubierto de sangre, lo abrazó, después le sacó el puñal del pecho a Píramo y se suicidó clavándose el mismo puñal.
Los dioses apenados por la tragedia hicieron que los padres de los amados permitiesen sepultar los cuerpos juntos, y desde aquel día los frutos de la morera quedaron teñidos de púrpura.




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