Hace 130 años que nació Clara
Campoamor, la diputada liberal gracias a la que, las mujeres españolas tenemos derecho a voto.
Campoamor nació en el barrio
madrileño de Malasaña en un tiempo en el que la tasa de analfabetismo femenino
rozaba el 80%. Pero ella sería distinta a la mayoría. De
joven tuvo que trabajar en un
taller de confección, como telefonista y dependienta para subsistir. Se
licenció en Derecho en solo dos años y se inscribió en el Colegio de Abogados
de Madrid.
Después de saltar a la esfera
política en 1931 y unirse al Partido Radical de Lerroux, el 1 de octubre de ese
mismo año leyó en el Congreso de los Diputados el discurso con el que pasó a
ser la primera mujer en dirigirse a toda la nación desde su tribuna.
Antes de conseguir la victoria que lo cambiaría
todo tuvo que soportar que Victoria Kent, la única diputada mujer del hemiciclo junto a Clara,
hiciese una réplica en la que negó a su propio sexo tener el mismo poder de
decisión que los hombres. En su opinión, con el voto de las mujeres,
que estaban influenciadas por los curas, la derecha terminaría ganando siempre.
Pero aquellas lapidarias premisas quedaron muy lejos de acabar con la
tenacidad de Clara.
Así que subió de nuevo a la tribuna para
desmontar los argumentos de su opositora con palabras memorables como:
“No cometáis un error histórico que no
tendréis nunca bastante tiempo para llorar. Yo, señores diputados, me siento ciudadano
antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la
mujer al margen”.
Palabras gracias a las cuales venció con 161 votos a favor frente a 131
en contra provocando que, por fin, se reconociera
que las mujeres tenían la misma capacidad de pensar y decidir que los hombres.
Sin
embargo, la impulsora del sufragio femenino
en España no pudo escribir un final feliz. En 1934 se cumplió el pronóstico de
Kent al ganar la derecha y, lamentablemente, Clara no tuvo más opción que
abandonar la vida política. Con la llegada de la Guerra Civil todo empeoró. El
odio que ambos bandos sentían por ella la obligó a exiliarse sin nunca
tener opción de volver a casa. En 1972 murió de cáncer en Suiza con la certeza de que había regalado un
futuro más próspero a todas las mujeres españolas.
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