El color de las plantas
Cuando
Juana Gutiérrez se detiene frente a un árbol ve mucho más que un tronco y unas
ramas. Ve colores. Suaves marrones en el nogal, diferentes tonalidades de
amarillo en el estragón y el musgo, negros en la cáscara de la granada o
intensos azules en la planta del índigo.
Juana empezó aprendiendo diez pigmentos para decorar los tapetes
que vendían sus padres en la pequeña localidad oaxaqueña de Teotitlán del
Valle, famosa por sus textiles. Hoy en día ya tiene 200 colores registrados en
el taller familiar, donde lucha por conservar una
técnica que se encuentra al borde de la extinción.
Juana
extiende la palma de la mano y aplasta sobre ella una cochinilla, que tiñe de
rojo púrpura su piel. Sabe que ese pulgón diminuto que llegó
hasta los cuadros de Velázquez, Zurbarán o Van Gogh también es clave para mantener viva la
tradición de tintes naturales en la comunidad.
“Se podría decir que esto
va en contra de los principios de la mentalidad rápida, la tecnología, la
mentalidad occidental”, dice el hermano de Juana, Porfirio Gutiérrez. Ambos
están tan preocupados por preservar la tradición como el medioambiente,
afectado por el uso generalizado de químicos en la comunidad.
En los
años 60 los tapetes de la localidad alcanzaron reconocimiento internacional y
se empezaron a comercializar en el extranjero, por lo que la necesidad de
producir más impulsó la utilización de tintes químicos, mucho más fáciles y
rápidos que los naturales.
“Para que
esto pueda sobrevivir tienes que enseñar a la siguiente generación”, dice. Su
esperanza es que iniciativas como la de su taller logren preservar esas
técnicas ancestrales para que no desaparezcan para siempre. Mientras tanto,
Juana seguirá experimentando en busca de más colores.
El País. Teresa
de Miguel. Teoticlán del Valle. 6 DIC 2018
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