Mitología: El Rey Midas
Midas era un rey muy rico y poderoso que gobernaba Macedonia. Eran
muchas sus riquezas y enorme su fortuna. Disfrutaba de la buena vida, le encantaba la música, las fiestas y
pasarlo bien. Tenía todo lo que un hombre podía desear: vivía en un hermoso
castillo, alrededor del cual mandó plantar un hermoso jardín de rosas, poseía
innumerables lujos...
Midas pensaba que su mayor felicidad venía de todo su oro. Cada mañana
lo primero que hacía era contar sus monedas de oro y lanzarlas hacia arriba
para que le cayeran encima, como una lluvia de monedas de oro. Algunas veces se
cubría de objetos de oro como bañándose en ellos.
Dionisio, el dios de la celebración, pasó por Macedonia en su camino a
la India. Sileno, uno de sus compañeros, se extravió por el camino. Cansado de tanto festejo encontró un hermoso jardín de rosas y allí
decidió descansar. Era el jardín de rosas del rey Midas . Allí lo encontró
este y le invitó a pasar unos días en su palacio.
Sileno era una compañía entretenida que contaba interesantes anécdotas de su
viaje con Dionisio. Así, el rey Midas disfrutó de una agradable compañía.
Después de varios días y sin castigarle por aplastar sus rosas lo llevó sano y
salvo con Dionisio.
Dionisio estaba muy agradecido y le dijo al rey:
–En agradecimiento
por cuidar de Sileno y no castigarle, te
regalaré lo que quieras. Pídeme lo que
desees y te lo concederé.
Midas respondió:
–Deseo que todo lo que toque se convierta en oro.
Dionisio, algo preocupado, trató de advertirle:
–¿Seguro que es eso lo que
deseas?
Midas afirmó alegando que solo el oro le hacía feliz. Así fue cómo
Dionisio concedió su deseo . Midas se despertó rápidamente para comprobar el deseo concedido por
Dionisio. Tocó la mesita y la transformó en oro, tocó una silla, la alfombra,
las puertas y hasta la bañera. Estaba como loco tocando objetos y
transformándolos en oro. Al principio se divirtió muchísimo convirtiendo en oro
rosas, pájaros y todo lo que veía. Se sentó a desayunar y quiso oler la fragancia de una rosa, pero al
tocarla se convirtió en oro y no desprendía ningún aroma. Intentó comer una
uva, pero al tocarla se transformó en oro, y lo mismo ocurrió con el pan, el
vino y el agua. Empezó a darse cuenta de las advertencias de Dionisio cuando
intentó acariciar a su gatita y se transformó en oro. El rey Midas comenzó a
lamentarse, pero pensó que era una maldición y no un regalo cuando al escuchar
los sollozos de su hija Zoe e intentar consolarla, su hija quedó transformada
en una estatua de oro tras haber tocado a su padre.
El rey Midas, desesperado y llorando, le pidió ayuda a Dionisio:
–No
quiero el oro. Ya tenía todo lo que quería, pero no me había dado cuenta.
Quiero abrazar a mi hija, escuchar su risa. Quiero oler las rosas y comer. Por
favor quítame esta maldición.
El dios Dionisio le respondió:
–Puedes deshacer la
maldición y devolver la vida a las estatuas, pero te costará todo el oro de tu
reino. Busca la fuente del río Pactulo y lávate las manos allí.
–En agradecimiento por cuidar de Sileno y no castigarle, te
regalaré lo que quieras. Pídeme lo que desees y te lo concederé.
–Deseo que todo lo que toque se convierta en oro.
Dionisio, algo preocupado, trató de advertirle:
–¿Seguro que es eso lo que deseas?
Midas afirmó alegando que solo el oro le hacía feliz. Así fue cómo Dionisio concedió su deseo . Midas se despertó rápidamente para comprobar el deseo concedido por Dionisio. Tocó la mesita y la transformó en oro, tocó una silla, la alfombra, las puertas y hasta la bañera. Estaba como loco tocando objetos y transformándolos en oro. Al principio se divirtió muchísimo convirtiendo en oro rosas, pájaros y todo lo que veía. Se sentó a desayunar y quiso oler la fragancia de una rosa, pero al tocarla se convirtió en oro y no desprendía ningún aroma. Intentó comer una uva, pero al tocarla se transformó en oro, y lo mismo ocurrió con el pan, el vino y el agua. Empezó a darse cuenta de las advertencias de Dionisio cuando intentó acariciar a su gatita y se transformó en oro. El rey Midas comenzó a lamentarse, pero pensó que era una maldición y no un regalo cuando al escuchar los sollozos de su hija Zoe e intentar consolarla, su hija quedó transformada en una estatua de oro tras haber tocado a su padre.
–No quiero el oro. Ya tenía todo lo que quería, pero no me había dado cuenta. Quiero abrazar a mi hija, escuchar su risa. Quiero oler las rosas y comer. Por favor quítame esta maldición.
El dios Dionisio le respondió:
–Puedes deshacer la maldición y devolver la vida a las estatuas, pero te costará todo el oro de tu reino. Busca la fuente del río Pactulo y lávate las manos allí.
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