LA CLEPSIDRA.
Perseguido por tres libélulas gigantes,
el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan
sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel
reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el
tiempo se detuvo para siempre.
JAVIER
PUCHE.
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