El mito de Argos
El
mito de Argos parte de una de las innumerables infidelidades que Hera tenía que soportar por parte de su
esposo Zeus. En esta ocasión, Zeus se enamoró de Ío, una doncella
sacerdotisa de Hera. Para poseerla, Zeus, dios omnipotente del Olimpo, arrojó
al mundo una espesa neblina, convirtiéndose él mismo en nube, para poder estar
con la doncella y así no ser vistos por su esposa.
Hera
los encontró juntos y, presa de los celos, convirtió a Ío en una ternera
blanca. Esta encomendó a su amigo Argos, el gigante de cien ojos, que se
encargase de vigilar a la ternera noche y día.
Resultaba
difícil imaginar un guardián mejor que Argos, el gigante mitológico que nunca dormía,
ya que, por las noches descansaba con cincuenta ojos, manteniendo los otros
cincuenta siempre alerta. Rescatar a Ío parecía tarea imposible.
Sin
embargo, Zeus confió la misión al dios Hermes el dios mensajero, del ingenio, la
astucia y la mentira. Hermes apareció en el olivo donde se encontraban Argos y
la ternera, disfrazado de pastor, y se valió del dulce sonido de su flauta para
adormecer por completo al gigante, momento en el que le dio muerte
decapitándolo y rescató finalmente a Ío.
Hera, al
enterarse de que su esposo se encontraba detrás de la muerte de su más fiel
guardián, decidió vengarse castigando a la joven doncella Ío. Luego, se acercó
al cadáver de Argos,
arrancó todos sus ojos y los depositó en el plumaje del pavo real para
que todos los que lo vieran desplegarlo recordaran al fiel sirviente, ahora
inmortal, y el injusto final que el destino le tenía reservado.
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