Miércoles 16 de mayo La sal

LA SAL



La sal forma parte imprescindible de nuestra dieta por un motivo muy fundamental. La necesitamos. Sin ella estaríamos muertos.
Aquí el problema no está consumirla demasiado poco, sino consumirla en exceso. No necesitamos mucha sal, unos 200 miligramos al día, que se consiguen sacudiendo el salero entre seis y ocho veces, pero ingerimos de media unas setenta veces más esa cantidad. En una dieta normal resulta casi imposible no hacerlo debido a la cantidad de sal que incorporan los alimentos preparados que comemos con voraz devoción (cereales para el desayuno, helados…).
Que fuera necesaria fue un concepto que se tardó sorprendentemente mucho en asimilar. Los restos arqueológicos muestran que cuando la gente empezó a asentarse en comunidades agrícolas, empezó a sufrir deficiencia en sal y tuvo que esforzarse por encontrarla e incorporarla. Uno de los misterios de la historia es cómo sabían que la necesitaban, ya que la ausencia de sal en la dieta no despierta ningún antojo. Te hace sentir mal y acaba matándote, pero en ningún momento un ser humano pararía a pensar “Caramba, seguro que con un poco de sal saldría adelante”.
Los antiguos británicos, por ejemplo, calentaban palos en la playa y luego los sumergían en el mar y rascaban la sal que quedaba adherida en ellos. Los aztecas, conseguían la sal a partir de la evaporación de su propia orina. Incorporar sal a la dieta es uno de los impulsos más intensos de la naturaleza y es, a demás, universal.
La sal es ahora tan omnipresente y barata que olvidamos hasta qué punto llegó a ser deseable y cómo, durante mucho tiempo, empujó al hombre hasta los confines del mundo. La sal era necesaria para conservar las carnes y otros alimentos, y por eso requería grandes cantidades.
Se han librado guerras por la posesión de sal y se ha traficado con esclavos por ella. La sal ha provocado mucho sufrimiento, pero eso no es nada en comparación con las penurias, el derramamiento de sangre y la avaricia asesina que se asocian con diversos manjares insignificantes que no necesitamos para nada y sin los que no podríamos vivir perfectamente: las especias. Nadie moriría sin ellas, pero muchos han muerto por ellas.
 




Lectura extraída del libro "En Casa. Una breve historia de la vida privada" de Bill Bryson (septiembre 2011),

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