EL INTERCAMBIO COLOMBINO
Todas
las especias llegaban a Europa a través de una complicada red de mercaderes,
cada uno de los cuales se llevaba. Claro está, su tajada. Cuando llegaban a los
mercado europeos. Las especias se vendían a sesenta mil veces más de lo que
habían costado en el Lejano Oriente. De un modo inevitable, fue solo cuestión
de tiempo que los que se encontraban al final de la cadena de suministro
llegaran a la conclusión de que sería mucho más lucrativo recortar los pasos
intermedios y cosechar ellos mismos todos los beneficios.
Y así
fue como empezó la gran época de las exploraciones. Cristóbal Colón es el más
recordado de esos exploradores.
El
verdadero logro de colón fue conseguir cruzar el Atlántico en ambas
direcciones, iniciándose el proceso conocido por los antropólogos como “el
intercambio colombino”: la transferencia de alimentos y otros materiales del
Nuevo Mundo al Viejo Mundo y viceversa.
Cuando
los primeros europeos llegaron al Nuevo Mundo los campesinos que allí vivían
cultivaban más de un centenar de tipos de plantas comestibles: patatas,
tomates, girasoles, calabacines, berenjenas, aguacates, un montón de tipos
distintos de judías y calabazas, batatas, cacahuetes, anacardos, piñas,
mandioca, vainilla, cuatro tipos distinto de chile y chocolate, entre otras
muchas cosas más… una buena variedad.
Se
estima que el 60% de todas las cosechas actuales se originaron en las Américas.
Y esos alimentos no solo se incorporaron a las cocinas extranjeras, sino que se
convirtieron en las cocinas extranjeras. Imagínase la cocina italiana sin
tomates, la cocina griega sin berenjenas, la cocina thai e indonesia sin salsa
de cacahuete, los curris sin chili, las hamburguesas sin patas fritas o sin
kétchup, la cocina africana sin mandioca. No hubo mesa en el mundo que no
mejorara de manera drástica con los manjares de las Américas.
Pero
en aquel momento nadie lo anticipó. Lo irónico para los europeos es que los
alimentos que encontraron eran los que básicamente no querían y, por otro lado,
no encontraron lo que querían. Colón llenó sus bodegas con lo que confiaba a
pie juntillas que eran canela y pimienta. Lo primero no era más que corteza de
árbol sin valor alguno, y lo segundo no era pimienta, sino chiles, excelentes
cuando ya te has hecho a la idea de lo que son, peros sorprendentemente lacrimosos
cuando les arreas con fuerza un bocado. Buscaban especias y el Nuevo Mundo
carecía de ellas, exceptuando el chile, que resultaba en exceso y demasiado
picante como para ser valorado en un principio.
Lectura extraída del libro "En Casa. Una breve historia de la vida privada" de Bill Bryson (septiembre 2011),
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