En cierta ocasión, hace ya mucho tiempo, vi un fantasma. Sí,
un espectro, una aparición, un espíritu; lo puedes llamar como quieras, el caso
es que lo vi. Ocurrió el mismo año en que el hombre llegó a la Luna y, aunque
hubo momentos en los que pasé mucho miedo, esta historia no es lo que suele
llamarse una novela de terror.
todo comenzó con un enigma: el misterio de un objeto muy
valioso que estuvo perdido durante siete décadas. Las Lágrimas de Shiva, así se
llamaba ese objeto extraviado. A su alrededor tuvieron lugar venganzas
cruzadas, y amores prohibidos, y extrañas desapariciones. Hubo un fantasma, sí,
y un viejo secreto oculto en las sombras, pero también hubo mucho más.
En el verano de 1969, el mismo año de la llegada del hombre a la Luna,
Javier tiene que pasar un par de meses en Santander con sus tíos y sus
primas porque su padre contrae una enfermedad contagiosa. Al joven no le
apetece nada pasar el verano allí, ya que no recuerda a sus tíos y la
perspectiva de estar varias semanas en una casa con cuatro primas
adolescentes no le atrae en absoluto. Sin embargo, poco a poco irá
acostumbrándose al ritmo propio de Villa Candelaria, a su extraño tío
inventor que pasa más tiempo en su taller del sótano que en el salón, a
su tía que pone música clásica y borda tranquila, y a las diferentes
personalidades de las cuatro jóvenes, a las que llaman las cuatro
flores: Rosa, Margarita, Violeta y Azucena.
Además de ir a la playa, de visitar Santander y de intentar llevarse
bien con sus primas, sobre todo con Violeta, que parece que le ha
declarado la guerra por los gustos literarios del joven por la ciencia
ficción, Javier irá descubriendo algún misterio propio de la casa: un
olor a nardos que solo percibe él, el vuelo de una falda antigua al
doblar un pasillo y un misterio que pide a gritos ser resuelto: ¿quién
fue Beatriz Obregón y qué son las Lágrimas de Shiva?
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